miércoles, 25 de junio de 2008

Una cafetera olvidada


La escultura urbana localizada a espaldas del Teatro de Gómez Palacio es un símbolo de identidad lagunera

Reportaje publicado por El Siglo de Torreón el 16 de septiembre de 2003


GÓMEZ PALACIO, DGO.- Oxidada por el efecto del Sol, las pocas lluvias y el paso de los años, se levanta desde el punto en el que siempre permaneció. A espaldas del Teatro de Gómez Palacio Alberto M. Alvarado aparece tímida y al mismo tiempo con ganas de contar las muchas historias de las que ha sido testigo.
La cafetera es el recuerdo del romántico paseo que a diario experimentaban los laguneros de Torreón a Lerdo, en el punto intermedio, por la antigua carretera conocida como Auto-Club. Orgullosa, se levantaba de entre las fincas construidas en torno a ella, como testigo de la bonanza que vivía esta región en su época dorada, y ahora, olvidada, a regañadientes es el único vestigio de esos tiempos de prosperidad que no volverán.
Muchos la habrán visto en su cotidiano andar; otros la han ignorado a su paso sin saber el valuarte que constituye, como uno de los pocos símbolos con que cuenta Gómez Palacio, porque Torreón tiene el Cristo de las Noas o el mismo monumento que le hace honor a su nombre; mientras que Ciudad Lerdo tiene su célebre reloj o su famosa nieve, y el puente no es privativo de sólo una de las ciudades hermanas a las que une.
Ya no existen las fábricas que le dieron vida y a las que a su vez “alimentaba” con el vital líquido para la producción del Café Famoso y del Café Comercial. Don Juan de Aguiñaga fue quien mandó construirla con el afán de que no sólo fuera un tinaco, sino también el medio publicitario más efectivo para la venta de su producto.
“Mi papá era una persona que aprovechaba los recursos que tenía al máximo, y pensó que si construía un tinaco con la forma de una cafetera iba a llamar la atención”, recuerda Sarhelia Aguiñaga, uno de los siete hijos de don Juan.
Menciona el año de 1952 como la fecha en que don Juan mandó construir el tinaco con los herreros que tenía a su disposición. Estos hombres de los que se desconocen sus nombres, nunca imaginaron que estaban haciendo arte urbano, porque con las tendencias artísticas contemporáneas, esa cafetera se ha convertido en una escultura urbana, a la altura de las que realizan grandes artistas como Sebastián, Claes Oldenburg o Keith Edmier.
La cafetera era la referencia obligada para quienes transitaban la vieja carretera Auto-Club. Sarhelia recuerda todavía los pinabetes que adornaban el camino y en los que su papá amarraba el ganado que tenía en los establos de su propiedad.
Según explica, estos terrenos eran conocidos como Terryzas, sitio en el que don Juan construyó “Tostadores y Molinos de Café Famoso y Comercial” hacia 1950, y a donde se mudó con su esposa e hijos en 1952.
Hombre visionario, no se conformó con la fábrica de café y con los establecimientos comerciales que tenía en Torreón, sino que fue más allá al adquirir ganado lechero, que al multiplicarse pudo importar y más tarde le dio las bases para la creación del Centro de Inseminación Artificial Granja Aguiñaga.
De todas estas acciones, la cafetera fue testigo. En un principio fue color plata, lo que le daba un rasgo de veracidad; más tarde, don Juan optaría por teñirla de color naranja, debido a que se despintaba con facilidad. De ese tono queda muy poco, gracias al proceso de oxidación que todo objeto enfrenta con el paso de los años.
También pudo presenciar los juegos infantiles de los hijos de don Juan: Héctor, Humberto, Juan, Olivia, Guillermina, Sarhelia y Fernando Gerardo, escenas campiranas, todavía con el fresco y puro aire de una ciudad que apenas empezaba su crecimiento.
Según recuerda Sarhelia, la fábrica del Café Famoso y el Café Comercial cerró sus puertas hacia la década de los 60’s, porque a don Juan le interesó más dedicarse de lleno a sus otros negocios, principalmente el ganado.
Poco a poco fue vendiendo terrenos, pero los Aguiñaga siguieron viviendo ahí. La fábrica ya no funcionaba, pero el tinaco sí, pues abastecía de agua el hogar de esta familia.
Don Juan murió en 1989, y fue en 1999 cuando se vendió la última parte de los terrenos que ocupaba Terryzas, aunque la venta no incluía la cafetera, que se quedó como fierro arrumbado, relegado de su entorno social.
Además de cumplir con la función de hacer un análisis de la sociedad, la escultura urbana puede convertirse en el símbolo de identidad entre los habitantes de una región o ciudad. Quién puede asegurar que mañana a Gómez Palacio se le pueda asociar con la cafetera, como a Bruselas con el “Niño Meando”, o a Nueva York con la Estatua de la Libertad.
La cafetera no tiene dueño, y no estaría de más tomarla en cuenta para una restauración, o incluso una reubicación para que sea el símbolo de unión entre los gomezpalatinos.


LOS CONTEMPORÁNEOS
Son muchos los artistas contemporáneos que han hecho esculturas urbanas, en las que hacen figuras de objetos de uso común en el hogar, ejemplo de ello son:
CLAES OLDENBURG: Ha utilizado el proceso de “reblandecimiento” y agrandamiento de esculturas en teléfonos, máquinas de escribir, pintalabios e incluso tazas de baño. A pesar de ser objetos cotidianos funcionales, utilizan formas universales como el círculo, el cubo o el cilindro.
Los materiales de plástico blando y las curvas dúctiles similares al cojín, resaltan una ambigüedad sensual que conduce a asociarlos con pechos y órganos genitales. Estos aparatos domésticos establecen una relación prácticamente amorosa con las personas y adoptan rasgos antropomorfos. Como en una ósmosis, avanzan de una analogía a otra y, al hacerlo, casi consiguen alcanzar el objetivo utópico de Oldenburg de acabar con la división entre humanos y objetos.
EDUARDO PAOLOZZI: Para él, hablar de arte o de escultura moderna exige un lenguaje especial. Debe evitarse la utilización de clichés desgastados, de palabras que ni siquiera pueden indicar o arañar los miles de significados ocultos en los objetos y las estructuras.
KEITH EDMIER: El escultor norteamericano Keith Edmier no apuesta por el minimalismo ni por la abstracción, sino por la fuerza narrativa de contraposiciones, al parecer reconocibles. Aprovecha las experiencias allí obtenidas para crear sus imágenes y metáforas, que presenta de un modo en ocasiones hiperrealistas, en ocasiones biomorfo y surrealista.
Un aspecto central de sus trabajos es la superación de vivencias traumáticas de su niñez. Por ejemplo, “Sirene”, –un poste de plata con dos megáfonos amarillos, sobredimensionados, de resina sintética– alude a la sirena de una empresa que atormentó a Keith Edmier durante su niñez en Chicago.
FUENTE: Investigación de El Siglo de Torreón

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